Reseña «Siddhartha», de Hermann Hesse

Siddhartha, de Hermann Hesse, narra la vida de Siddhartha, un hombre que busca la iluminación a través de un viaje terrenal y espiritual, a lo largo de toda su vida. Tal como refleja el título de la obra, bien podría ser una interpretación de la vida de Siddhartha Gautama (más conocido como Buda), en su camino hacia la iluminación.

La novela se presenta, por tanto, como un viaje, en el que se narran las distintas etapas de la vida de Siddhartha. Empezando por su niñez y culminando en su vejez y próxima muerte, Hesse nos invita a recorrer los caminos del Yo, de la mano del joven aprendiz.

Índice

El joven Siddhartha

Hijo de un brahmán (miembro de la casta sacerdotal, la más elevada de las cuatro castas de la población de la India), el destino de Siddhartha estaba marcado desde su nacimiento. Como joven aprendiz, debía seguir las enseñanzas de los textos antiguos, para que, en un día futuro, llegase a convertirse en brahmán y, de esta forma, sucediese a su padre.

Hermann Hesse
El autor, Hermann Hesse.

Sin embargo, los planes del joven eran distintos. Movido por su inteligencia e inconformismo, decide acompañar en peregrinación a los samanas, ascetas que buscan la iluminación a través de la renuncia a las comodidades y el mundo material. Así, pese a la desaprobación de su padre y junto a su amigo Govinda, Siddhartha deja su hogar, en busca de respuestas.

“Siddhartha tenía un fin, una meta única: deseaba quedarse vacío, sin sed, sin deseos, sin sueños, sin alegría ni penas. Deseaba morirse para alejarse de sí mismo, para no ser yo, para encontrar la tranquilidad en el corazón vacío, para permanecer abierto al milagro a través de los pensamientos despersonalizados: ese era su objetivo. Cuando todo el yo se encontrase vencido y muerto, cuando se callasen todos los vicios y todos los impulsos en su corazón, entonces tendría que despertar lo último, lo más íntimo del ser, lo que ya no es el yo, sino el gran secreto.”

El primer desengaño

Tras años de peregrinación, Siddhartha comienza a entender que el camino de los samanas no es aquel que le traerá la iluminación, y así se lo hace saber a su amigo Govinda:

“—¿Qué significa el arte de ensimismarse? ¿Qué es el abandono del cuerpo? ¿Qué representa el ayuno? ¿Qué se pretende al detener la respiración? Se trata sólo de huir del yo. Es un breve escaparse del dolor de ser yo, una breve narcosis contra el dolor y lo absurdo de la vida. La misma huida, la misma breve narcosis encuentra el arriero en el albergue cuando bebe algunas copas de aguardiente de arroz o de leche de coco fermentada. Entonces ya no siente su yo, ya no experimenta los dolores de la vida; en aquel momento ha encontrado una breve narcosis. Dormido sobre su copa de aguardiente de arroz alcanza lo mismo que Siddhartha y Govinda después de largos ejercicios: escapar de su cuerpo y permanecer en el no-yo. Así sucede, Govinda.”

El joven entiende que, pese a su vida extravagante y poco ortodoxa, los samanas no están más cerca de la iluminación que un simple pastor. Al fin y al cabo, todos buscamos formas de escapar del Yo, ya sea a través de la bebida, las drogas u otros hábitos más saludables, como la meditación o el ejercicio físico.

Gotama, el santo

Siddhartha y Govinda barajan la posibilidad de dejar a los samanas y continuar su propio camino, cuando llega a sus oídos la leyenda de Gotama, un santo que ha alcanzado la iluminación. Gotama, a través de sus enseñanzas, ha congregado a una gran cantidad de discípulos, deseosos por entender los secretos que guarda el maestro.

Govinda ruega a Siddhartha que lo acompañe a conocer a Gotama, dejando atrás la peregrinación de los samana. Siddhartha acepta, pero hace una advertencia a su amigo, en relación a las enseñanzas de Gotama:

“[…]… desconfío de todo porque estoy cansado de las doctrinas y de aprender, y que es muy pequeña mi fe en las palabras que nos llegan de profesores.”

Govinda y Siddhartha encuentran a Gotama y a su séquito y, tras escuchar las palabras del maestro, Govinda decide unirse a su congregación. Siddhartha, por su parte, decide continuar su búsqueda y, tras despedirse de su amigo, intercambia unas palabras con el sabio Gotama, las cuales arrojan los motivos de su marcha:

“Has encontrado la redención de la muerte. La has hallado con tu misma búsqueda, con tu propio camino, a través de pensamientos, ensimismaciones, ciencia, reflexión, inspiración. ¡Pero no la has encontrado a través de una doctrina! Yo pienso, majestuoso, ¡que nadie encuentra la redención a través de la doctrina! ¡A nadie, venerable, le podrás comunicar con palabras y a través de la doctrina lo que te ha sucedido a ti en el momento de tu inspiración!

Mucho es lo que contiene la doctrina del inspirado buda, a muchos les enseña a vivir honradamente, a evitar lo malo. Pero esta doctrina tan clara y tan venerable no contiene un elemento: el secreto de lo que el majestuoso mismo ha vivido, él solo, entre centenares de miles de personas. Esto es lo que he pensado y comprendido cuando escuchaba tu doctrina. Y por ello, continúo mi peregrinación. No para buscar otra doctrina mejor, pues sé que no la hay, sino para dejar todas las doctrinas y a todos los profesores, y para llegar solo a mi meta, o morirme.” 

Así, Siddhartha comienza su propia peregrinación y búsqueda en solitario. 


El nuevo Siddhartha

Tras dejar a Govinda y Gotama, Siddhartha entiende por fin el por qué de su recelo a las doctrinas. Como él mismo relata a Gotama, ha comprendido que no son las enseñanzas lo que hace sabios a los hombres, sino las vivencias que estos atesoran a lo largo de su vida. De esta forma, Siddhartha decide buscar en su interior, estudiar sus propias doctrinas y experiencias, como medio para comprender el Yo, al verdadero Siddhartha.

“Ya no me enseñará el yoga-veda, ni el atharva-veda, ni los ascetas, ni cualquier otra doctrina. Quiero aprender de mí mismo, deseo ser mi discípulo, conocerme, adentrarme en el misterio de Siddhartha.”

Kamala y la ciudad

Siddhartha continúa su viaje y, tras cruzar un río con la ayuda de un amable barquero, llega a una floreciente ciudad. A sus puertas, conoce a Kamala, una bella cortesana por la que decide cesar su peregrinación e instalarse en la ciudad.

Gracias a la ayuda de Kamala, entra en el negocio de Kamaswami, un noble comerciante del que, pronto, se convierte en consejero y, en muchos sentidos, superior. De esta forma, Siddhartha comienza a ganar dinero y elevar su posición social, lo que le permite tratar a Kamala como una igual y aprender de ella los juegos del amor.

Siddhartha pronto se convierte en un gran comerciante, gracias a su despreocupación y diligencia, aprendida durante sus años como samana. El siguiente párrafo describe su forma de vida, heredada de sus maestros ascetas:

“Siddhartha no hace nada, sólo espera, piensa, ayuna, sin hacer nada, sin moverse: se deja llevar, se deja caer. Su meta le atrae, pues él no permite que entre en su alma nada que pueda contrariar su objetivo. Eso es lo que Siddhartha ha aprendido de los samanas. Es lo que los necios llaman magia y creen que es obra de demonios. Nada es obra de los malos espíritus, estos no existen. Cualquiera puede ejercer la magia si sabe pensar, esperar, ayunar.”

Podemos ver esta curiosa actitud en los consejos que un amigo comerciante ofrece a Kamaswami, en vista de la despreocupación del joven:

“Siempre parece que juega a los negocios; jamás se siente ligado o dominado por ellos; nunca teme al fracaso, ni le preocupa una pérdida.El amigo aconsejó al comerciante:
  —De los negocios que te lleva, entrégale una tercera parte de los beneficios, pero deja que también pague la misma participación en las pérdidas que se produzcan. Así lograrás que se interese más.

Kamaswami siguió su consejo. No obstante, Siddhartha se inmutó muy poco. Si conseguía beneficios, los recibía con indiferencia; si existía una pérdida, se echaba a reír y exclamaba:
  —¡Pues mira, esto no ha salido bien!”

La caída a los infiernos

Tras años de romances con Kamala y de juegos con los comerciantes, Siddhartha comienza a dejarse llevar por la pereza y el placer material. La vergüenza hacia su propia persona crece y, un día, tras ver la ilusión en la que ha convertido su vida, decide dejar la ciudad, a Kamala y sus negocios.

Huye hacia el bosque y, tras una larga caminata, encuentra el río por el que una vez accedió a la ciudad. Desesperado, piensa en acabar con su vida, tal como muestra el siguiente pasaje:

“Con el rostro desencajado clavó su vista en el agua: al ver el reflejo de su cara escupió en el agua. Lleno de abatimiento separó el brazo que apoyaba en el tronco y se volvió un poco para deslizarse y hundirse de una vez para siempre. Se hundía hacia la muerte con los ojos cerrados.”

Afortunadamente, algo le impide dar el paso. Una voz que había escuchado en su niñez, durante sus largas meditaciones como aprendiz de brahmán:

“En ese instante sintió una voz llegar desde remotos lugares de su alma, del pasado de su agotada existencia. Era una palabra, una sílaba que repetía maquinalmente una voz balbuciente; se trataba de la vieja palabra, principio y fin de todas las oraciones de los brahmanes: el sagrado Om, que significa lo perfecto o la perfección.”


El camino de la iluminación

Tras este episodio, se reencuentra con Govinda, ahora convertido en discípulo de Gotama. Tras hablar con él, decide encaminarse a la casa del barquero, aquel hombre que tan amablemente le trató años atrás, el día que decidió cruzar el río.

El barquero, llamado Vasudeva (probablemente, relacionado con el dios Vasudev, padre de Krisna), acepta a Siddhartha en su casa y este decide quedarse a trabajar con él. Tras años de trabajo, Siddhartha comienza a comprender la divinidad de su compañero, el cual ha dedicado toda su vida a la contemplación del río. Y, a través de esta contemplación, Vasudeva ha sido capaz de comprender la totalidad del mundo y las cosas, consciente del eterno ciclo y de la verdad.

Vasudeva Kamala
Vasudev, padre del dios Krisna.

Siddhartha, en sus reflexiones, se pregunta cómo ha podido obviar la simpleza de la verdadera iluminación, entregado a sus múltiples viajes, cuando la verdad la tenía delante siempre, tal y como ejemplifica la persona de Vasudeva:

“¿No parece que he precisado dar grandes rodeos para convertirme paulatinamente en un hombre, para dejar de ser filósofo y vivir como una persona vulgar?». Y, a pesar de todo, ha sido un buen camino, no ha muerto completamente el pájaro que se alberga en mi interior. Pero ¡qué camino es ese! He tenido que sobrevivir a tanta ignorancia, vicio error, asco y desengaño, tan sólo para volver a ser un hombre que no piensa, como los niños, y así, poder empezar de nuevo.”

“Por ello tuvo que lanzarse al mundo, perderse entre los placeres y el poder, la mujer y el dinero; se había tenido que convertir en comerciante, jugador, bebedor, glotón, hasta que el brahmán y el samana de su interior se murieran.”

Estas reflexiones le permiten entender la verdad de las doctrinas, un asunto que, desde su niñez, había atormentado a Siddhartha. De esta forma, comprende la verdadera utilidad de las enseñanzas y, así lo enuncia:

“No, el que realmente quiere encontrar, y por ello busca, no puede aceptar ninguna doctrina. Pero el que ha encontrado, ya puede aceptar cualquier doctrina, cualquier camino u objetivo; a este ya no le separa nada de los miles restantes que viven en lo eterno, que respiran lo divino.”

Kamala y el hijo de Siddhartha

Un buen día, Kamala y su hijo, fruto del amor con Siddhartha, llegan a la orilla del río. Kamala, convertida a las enseñanzas del santo Gotama, emprende una peregrinación con su hijo, al igual que la mayoría de los discípulos del santo, ante la inmediatez de la muerte del maestro. 

En la orilla, Kamala es mordida por una serpiente y, tras ser socorrida por Siddhartha y Vasudeva, muere en la choza del barquero. Así, Siddhartha se hace cargo de su propio hijo, tratándolo con la benevolencia de un sabio padre. Sin embargo, los años pasan y el hijo de Siddhartha comienza a odiar a su padre, por encerrarlo en esa pequeña choza, atado al río y su fluir. 

Un buen día, el hijo de Siddhartha decide escapar y Siddhartha emprende su búsqueda, sin obtener resultado. Vasudeva, consciente del dolor del padre, le ofrece un sabio consejo:

“Amigo, ¿acaso crees que ese camino se lo podías ahorrar a alguien? ¿Quizás a tu hijo, porque le amas y desearías ahorrarle penas, dolor y desilusiones?”

Siddhartha entiende que su hijo ha tomado la misma determinación que él mismo tomó en su niñez, gracias a las palabras de Vasudeva. Aun así, son numerosas las veces que piensa en ir a buscarlo, pero, en todas ellas, el río es capaz de retenerle y aportarle serenidad:

“El río se reía. Sí, así era; todo lo que no se había terminado de sufrir y solucionar, regresaba de nuevo.”

El regreso de Govinda

Siddhartha, ya en su vejez, entiende que Vasudeva siempre ha sido un santo. Ahora, tras alcanzar su propia iluminación, puede entenderlo y ver la verdad. Y, también Vasudeva, que, tras comprobar la obra provocada en su discípulo, decide que su misión ha finalizado. Vasudeva abandona su choza y se interna en el bosque para no volver, dejando a Siddhartha emprender su propio camino.

Tras varios años, Govinda vuelve al río, donde se reencuentra con su amigo Siddhartha. Govinda confiesa a su antiguo compañero su frustración por no haber alcanzado la iluminación, a lo que Siddhartha responde:

“Cuando alguien busca —continuó Siddhartha—, fácilmente puede ocurrir que su ojo sólo se fije en lo que busca; pero como no lo halla, tampoco deja entrar en su ser otra cosa, ya que únicamente piensa en lo que busca, tiene un fin y está obsesionado con esa meta. Buscar significa tener un objetivo. Encontrar, sin embargo, significa estar libre, abierto, no necesitar ningún fin. Tú, venerable, quizás eres realmente uno que busca, pues persiguiendo tu objetivo, no ves muchas cosas que están a la vista.”

Govinda, tras ver el cambio obrado en Siddhartha, le ruega que comparta con él sus enseñanzas, pues ni las doctrinas del gran Gotama han sido suficientes para él. Siddhartha, sin embargo, le explica que no es capaz de hacer tal cosa:

“La sabiduría no es comunicable. La sabiduría que un erudito intenta comunicar, siempre suena a simpleza.
  —¿Bromeas? —inquirió Govinda.
  —No. Digo lo que he encontrado. El saber es comunicable, pero la sabiduría no. No se la puede hallar, pero se la puede vivir, nos sostiene, hace milagros: pero nunca se la puede explicar ni enseñar. Esto era lo que ya de joven pretendía, y lo que me apartó de los profesores. […]

¡Lo contrario a cada verdad es igual de auténtico! O sea: una verdad sólo se puede pronunciar y expresar con palabras si es unilateral. Y unilateral es todo lo que se puede expresar con pensamientos y declarar con palabras; todo lo unilateral, todo lo mediocre, todo lo que carece de integridad, de redondez, de unidad.”

Govinda no entiende a su amigo, exigiéndole que comparta con él sus pensamientos e ideas, si no le es posible entregarle una doctrina. Siddhartha vuelve a rehusar su petición:

“Un pensamiento, puede ser así. Amigo, he de hacerte una confesión: no me gusta diferenciar mucho entre pensamientos y palabras. Para serte sincero, tampoco soy partidario de las teorías. Me gustan más los objetos.”

Govinda, derrotado, decide reanudar su marcha, pero, antes de irse, Siddhartha le retiene. Siddhartha, convertido ya en santo, pide a Govinda que bese su frente y, este, al hacerlo, es capaz de comprender aquello que Siddhartha intentaba comunicarle. Govinda tiene un destello de iluminación, tras el cual, es capaz de ver a su amigo como lo que de verdad es, aquello en lo que su camino le ha convertido: un santo, el verdadero Buda.


Conclusión

La historia de Siddhartha, aunque pueda parecer lo contrario, es la historia de cualquier ser humano. Todos hemos pasado (y pasaremos) por las distintas fases que vive Siddhartha, desde la búsqueda ávida de los años mozos hasta la sabiduría de la vejez.

Más aún, viviremos ese mismo viaje en repetidas ocasiones, como un eterno ciclo que marca el transcurso del tiempo. Tendremos esperanzas, perseveraremos, sufriremos desengaños y, al final, nos volveremos más sabios.

Por tanto, esta no es la historia de Siddhartha. Es mi historia, y también la tuya. La historia de todos aquellos que te rodean. ¿Alcanzaremos todos la «iluminación»? Seguramente sí, aunque por breves períodos.

Como Siddhartha, probaremos doctrinas, filosofías, personas, lugares y oficios, para acabar descubriendo que todo ello influye en nuestra realidad, pero es secundario. ¿Llegaremos a alcanzar la paz y la felicidad? Seguramente no, pero, por el camino, lograremos conocernos mejor. Y, ¿no es eso lo importante?


Si quieres leer la obra completa, puedes hacerlo a través del siguiente enlace:

Hasta que nos volvamos a leer,

Un abrazo 😉

-Javier

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